Bienaventurados los que hayan encontrado este espacio

La idea de este blog es que sea un espacio para manifestar pensamientos, ideas, protestas (por qué no) y todo tipo de menesteres sobre la realidad o irrealidad en la que estamos inmersos los seres humanos, tanto propios como de terceros. Invito a los interesados, incluyendome, a exponer sus manifiestos, sin restricciónes ni censuras. Espero que lo disfruten tanto, como yo hacerlo.

Los comentarios son sin cargo ni costo adicional (y no es necesario ser usuario de blogger).

Emmanuel

"Se quien no soy, pero no se quien soy"

"La única certeza es el azar"

"Estoy en desacuerdo hasta conmigo mismo"

Presentando el blog

"Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra "madre" era la palabra "madre" y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mi un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba."

Julio Cortázar

El hombre mediocre

“El predominio de la variación determina la originalidad. Variar es ser alguien, diferenciarse es tener un carácter propio, un penacho, grande o pequeño: emblema, al fin, de que no se vive como simple reflejo de los demás. La función capital del hombre mediocre es la paciencia imitativa; la del hombre superior es la imaginación creadora. El mediocre aspira a confundirse en los que le rodean: el original tiende a diferenciarse de ellos. Mientras el uno se concreta a pensar con la cabeza de la sociedad, el otro aspira a pensar con la propia. En ello estriba la desconfianza que suele rodear a los caracteres originales: nada parece tan peligroso como un hombre que aspira a pensar con su cabeza.”

José Ingenieros

El Aleph

"El troglodita me precedió; esa noche concebí el propósito de enseñarle a reconocer, y acaso a repetir, algunas palabras. El perro y el caballo (reflexioné) son capaces de lo primero; muchas aves, como el ruiseñor de los Cáceres, de lo último. Por muy basto que fuera el entendimiento de un hombre, siempre sería superior al de irracionales."

Jorge Luis Borges

viernes, 31 de diciembre de 2010

Es extraño que te extrañe

Creía que la vida
nos vería envejecer juntos.
Creía
tantas cosas
en las que ya no creo.

Sentía la necesidad
de no tenerte
atada a mi umbral
posada en mi regazo.

Hoy,
luego de tempestades
en la lejanía te siento
más cerca que nunca

Inmerso en mi locura
es extraño pensarte
es extraño extrañarte.
Y en esta noche triste
sólo me nace llorar.

Emmanuel

sábado, 4 de diciembre de 2010

Ausencia

Danzando en la noche
me encuentro,
pero no puedo hallarme.

Sólo creo ser
sin ser lo que soy
sin saber lo que un día
pudo haber sido.

Me cuesta creer,
si no lo viera,
que una mirada
pueda expresar
la transparencia de un alma.

En ocasiones siento
que el tiempo se detuvo,
que no partiste en ese taxi
llevándote, tal vez,
una porción de mi ser.

Emmanuel

domingo, 21 de noviembre de 2010

Ale, querido

Me propongo aquí hablar de una persona que, aunque sigue en nuestros corazones, ya no nos acompaña físicamente porque la vida así lo decidió. Tarea muy dificultosa, y más cuando se trata de alguien tan querido y que ha sido tan importante en mi formación profesional y personal. Cabe destacar que mi intención es, humildemente, hablar en representación de todos sus alumnos y compañeros de la facultad.

Alejandro Lafleur: investigador, escritor, guionista, humanista, profesor, músico, compositor, poeta y, sobre todo, amigo. Por más sorprendente que parezca, todas esas facetas cabían en él, y desarrolló cada una de ellas desde lo más profundo de su corazón. En todo lo emprendido dejaba cuerpo y alma, se daba completo y tenía mucho, muchísimo para dar. Si bien eso pudo haber sido algo que de alguna forma lo fue desgastando, también es lo que le daba vida y considero que esa era su forma de vivir, que no hubiera podido hacerlo de otra manera. Así era Ale.

Mi primer acercamiento fue allá por el año 2007, como un estudiante más de su materia. Y cuando me refiero a su materia, lo digo con todo lo que ello significa, porque doy fe que la forma en que él daba sociología de las organizaciones, era distinta al resto. Como decía, llegué a su curso por recomendación de un amigo (Iván Quiroga), y de a poco fui conociendo lo que proponía en sus clases y las ideas que transmitía. Noté el tipo de profesor y, sobre todo, de persona que tenía enfrente, con su mezcla de extravagancia y sencillez a la vez para explicar las cosas y tratar de abrir las mentes de sus estudiantes. Plantear que las cosas no vienen dadas porque sí, sino que son constructos sociales, y que el poder no es sólo hegemónico, que cada uno puede ejercerlo desde su pequeño lugar y, a la vez, resistirse a las formas imperantes.

Esas cuestiones quedaron resonando en mi cabeza y siempre, de alguna forma, trataba de mantener el contacto con aquel profesor que destapó frente a mí un mundo o, tal vez, la verdadera cara de nuestra realidad, la cual aún no comprendía. Fue al tiempo que me ayudó, motivó, incentivó e hizo lo posible para que yo pudiera lograr hacer algo que realmente me gusta, orientándome hacia la investigación y la docencia. Fue gracias a él que emprendí este camino y alguna vez le dije que era mi mentor, a lo que me corrigió diciendo “no Emma, yo soy tu tutor”. Gran justeza había en sus palabras, aunque significó y significa mucho más para mí, un gran amigo.

En su faceta académica, ámbito en el cual tuve el honor de acompañarlo por un tiempo, llevó a cabo una vasta y muy rica experiencia. Corriendo el riesgo de quedarme corto, me permito mencionar aquí parte de todo su aporte.

Conocedor de autores como Weber, Durkheim, Marx, Crozier, Elías Canetti, Bauman, Bourdieu, Simon, Hall, Morgan, Coser, entre otros y sobre todo gran analizador de la obra de Foucault. Estudió a fondo temas tan controvertidos como el poder, la cultura, la burocracia, la comunicación, las formas de control y dominación social, la corrupción, el tráfico de drogas, las instituciones totales (en especial las cárceles) y tantos más, poniendo su mirada crítica en cada uno de ellos y la visión de que el ser humano debe ser libre y autónomo frente a la realidad impuesta histórica y socialmente.

Resurgido de la oscuridad de la cárcel, lugar en el cual la mayoría toma otro camino, él decidió formarse y desarrollar la sociología desde lo más profundo de su ser. Profesor en las asignaturas Administración General, Sociología de las Organizaciones, Seminario de integración y aplicación y también en posgrados. Transmitió por casi 20 años en las aulas, todas sus ideas y creencias, dando un lugar de participación a los estudiantes para que puedan expresarse en forma crítica, estando o no de acuerdo con ellos, y remarcando siempre que debían ser las ideas propias de cada uno. Fomentando que la realización de una persona es poder pensar por uno mismo, sin estar sesgados por modelos hegemónicos, y lograr desde esas bases construir conocimiento.

Dicha idea tiene, a mi entender, un valor inigualable, que permite creer por un momento en la utopía de la liberación del hombre. Todo lo que transmitía en el aula lo hacía único, lo hacía ese gran docente que no pretendía imponer sus ideas, sino interactuar con los estudiantes y enseñar contenidos importantes, al mismo tiempo que aprendía de lo que ellos pudieran dar. Hecho más destacable, ya que ese tipo de docencia no abunda.

La investigación era una gran parte de él mismo, un traje que nunca se quitaba y vivía permanentemente buscando, indagando, analizando, preguntándose cuestiones de la realidad. De esas charlas hemos tenido varias y siempre surgían cosas interesantes. Era algo que lo apasionaba, buscar respuestas al por qué de determinadas acciones por parte de ciertas personas que, lejos de conferirse en humanitarias, las consideraba capaces de hacer cualquier cosa por obtener un poco más de poder, sin escrúpulos. Y eso, le dolía en lo más profundo.
Por eso se dedicó a Proyectos de Investigación Social, de la mano del Dr. Francisco Suarez, indagando en temas tan controvertidos como poco abordados por las teorías en general. Así, fue analista de la corrupción, políticas de drogas, poder en las organizaciones, organizaciones culturales, problemas y programas sociales, sociología del castigo, instituciones de encierro, el propio sistema carcelario, siendo muy crítico de éste último, y adscribiendo a una corriente más bien abolicionista.

Con respecto a todos estos temas ha desarrollado varios trabajos de investigación, intentando meterse en el corazón de la problemática planteada, para poder llegar a lograr algo y no sólo abordarlos en forma efímera. Fruto de esas experiencias, es autor de varias publicaciones y disertaciones, que ha expuesto en diversos escenarios.

Entre sus publicaciones se encuentran dos libros, uno en coautoría con Matías Godio, titulado “Operación Sarli, una crónica del conurbano bailantero” y el otro, su obra más preciada que aún configura material de consulta para muchos docentes e investigadores, cuyo título es “La institución total. Relaciones informales en una organización profundamente restrictiva”. En él analiza desde las entrañas de una institución carcelaria cuales son las consecuencias de las relaciones informales que se dan entre sus integrantes y como se articula todo un sistema plagado de corrupción. Si bien se encuentra ubicado en un marco sociológico, dicho libro fue narrado a partir de sus propias vivencias y escrito desde la propia cárcel, resguardándose, obviamente, de esconderlo celosamente de compañeros y guardias mientras lo realizaba.

Vivió intensamente. Subido a un tren, metáfora que él utilizaba, cuyo camino a recorrer tal vez ya conocía. Su propio tren, su propio proyecto de vida. Así era Ale. Poniéndole el sabor de la música a las clases y citando ideas de Foucault en sus canciones, como “En el desierto”, todas sus facetas fluían en un solo cuerpo. Todavía recuerdo su contestación al atenderme el teléfono cuando lo llamaba: “Emma, querido”, así de fraternal era siempre, y todavía a veces me parece verlo venir por los pasillos de la facultad…

Solo tengo hacia Ale palabras de agradecimiento, por haberme incentivado a seguir un camino, por haberme abierto las puertas hacia él, por haber confiado en mí siempre y por haberme inculcado su visión de la realidad y que es posible vivir dedicándose a lo que uno realmente desea.

Es por eso que me gustaría poder continuar infundiendo sus ideas en el aula y en cada actividad que desarrolle. Llevo varias de sus creencias en la sangre ya y tener esa posibilidad de transmitirlas sería una forma de agradecer todo lo que él me ofreció siempre.

Solo me resta decir que, aunque el tiempo pase, “y por más que no te pueda ver ni oír, sé muy bien que estás aquí”…

Emmanuel
Leído en el Homenaje a Alejandro Lafleur
en Planet Music
20/11/2010

jueves, 28 de octubre de 2010

El arte de amargarse la vida (extracto)

Autocumplimiento de las profecías

Por: Paul Watzlawick

En el periódico de hoy, su horóscopo le advierte (y también aproximadamente a 300 millones más que nacieron bajo el mismo signo del Zodíaco) que usted puede tener un accidente. En efecto, a usted le pasa algo. Por tanto, será verdad que la astrología tiene gato encerrado.

O ¿cómo lo ve usted?, ¿está usted seguro de que también le habría ocurrido un accidente, si no hubiese leído el horóscopo?, ¿si usted estuviese realmente convencido de que la astrología es un bulo craso? Naturalmente, esto no puede explicarse a posteriori. Es interesante la idea del filósofo Karl Popper que dice —simplificando mucho- que la profecía horrenda del oráculo a Edipo se cumplió precisamente porque éste la conocía e intentó esquivarla. Y justo lo que hizo para escaparse de ella, fue lo que llevó al cumplimiento de lo que había dicho el oráculo.

Si ello es así, aquí tendríamos otro efecto de la evitación, es decir, su virtud de atraer en determinadas circunstancias justamente lo que pretende evitarse. ¿Qué circunstancias son éstas? Primero, una predicción en el sentido más amplio: cualquier expectación, temor, convicción o simple sospecha de que las cosas evolucionarán en este sentido y no en otro. Hay que añadir que dicha expectación puede ser desencadenada tanto desde fuera, por ejemplo, por personas ajenas, como por algún convencimiento interno. Segundo, la expectación no ha de verse como expectación sino como realidad inminente contra la que hay que tomar enseguida unas medidas para evitarla. Tercero, la sospecha es tanto más convincente cuanto más personas la compartan o cuanto menos contradiga otras sospechas que el curso de los acontecimientos ha ido demostrando.

Así, por ejemplo, basta la sospecha -con o sin fundamento, no tiene importancia- de que los otros cuchichean o se burlan en secreto de uno. Ante este «hecho», el sentido común sugiere no fiarse de los otros. Y como, naturalmente, todo sucede detrás de un velo tenue de disimulo, se aconseja afinar la atención y tomar en cuenta hasta los indicios más insignificantes. Sólo hace falta esperar un poco y pronto puede uno sorprender a los otros cuchicheando y disimulando sus risas, guiñando el ojo e intercambiando signos conspiradores. La profecía se ha cumplido.

De todos modos, este mecanismo funciona realmente sin fallos, si usted no ajusta las cuentas consigo mismo de la contribución que usted haya aportado al caso. Después de lo que usted ha aprendido en los capítulos anteriores, esto no le parecerá muy difícil. Además, una vez que el mecanismo se ha puesto en marcha, ya no se puede comprobar más ni tiene interés alguno averiguar qué fue lo primero: si su conducta desconfiada fue la que provocó las risas de los otros o si las risas de los otros le hicieron a usted desconfiado.

Las profecías autocumplidas crean una determinada realidad casi como por magia y de aquí viene su importancia para nuestro tema. No sólo ocupan un lugar fijo de preferencia en el repertorio de cualquier aspirante a la vida amargada, sino también en ámbitos sociales de más envergadura. Si, por ejemplo, se impide a una minoría el acceso a ciertas fuentes de ingresos (pongamos, por caso, a la agricultura o a cualquier oficio manual), porque, en opinión de la mayoría, es gente holgazana, codiciosa o sobre todo «no integrada», entonces se les obliga a que se dediquen a ropavejeros, contrabandistas, prestamistas y otras ocupaciones parecidas, lo que, «naturalmente», confirma la opinión desdeñosa de la mayoría. Cuanto más señales de stop ponga la policía, más transgresores habrá del código de circulación, lo que «obliga» a poner más señales de stop. Cuanto más una nación se siente amenazada por la nación vecina, más aumentará su potencial bélico, y la nación vecina, a su vez, considerará urgente armarse más. Entonces el estallido de la guerra (que ya se espera) es sólo cuestión de tiempo. Cuanto más alta es la tasa de impuestos en un país, para compensar así los defraudes de los contribuyentes, que, naturalmente, ya se supone de antemano no van a ser sinceros, más ocasión se da a que también los ciudadanos honestos hagan trampa. Si un número suficiente de personas cree un pronóstico que dice que una mercancía determinada va a escasear o a aumentar de precio (tanto si «de hecho» es verdad como si no lo es), vendrán compras de acaparamiento, lo que hará que la mercancía escasee o aumente de precio.

La profecía de un suceso lleva al suceso de la profecía. La única condición es que uno se profetice o deje profetizar y que luego lo considere un hecho con consistencia propia, independiente de uno mismo o inminente. De este modo se llega exactamente allí donde uno no quería llegar. Con todo, el especialista sabe cómo evitar que llegue. De ello vamos a hablar acto seguido.

Paul Watzlawick
El arte de amargarse la vida
1983

jueves, 7 de octubre de 2010

Buscando inspiración

Ahora no,
no puedo estar con vos
estoy buscando algo,
escapando.

Recorro lugares
paisajes hermosos,
expresiones de la naturaleza
que me atrapa en su encanto,
pero sigo buscando.

Me fijo en la almohada
las sábanas parecen infinitas,
el sol tampoco da respuestas
los frutos endulzan mi boca,
y sigo buscando.

El mar se acerca
enjuaga mi piel,
destellos de sal
yo vuelvo hacia ti.

Que tonto fui
no supe percibir,
lo que yo buscaba
estaba justo frente a mí.

Emmanuel

sábado, 2 de octubre de 2010

No che

Considerada el fin del día
o el comienzo de algo,
la noche acecha y acompaña
con su silencio.

Especial momento
de reflexión y desorden,
describe su alegato
escribe su expresión.

Me desgarro las vestiduras
la piel, la carne
sólo queda un hilo de ausencia
de pié,
frente a mí.

Las noches venideras
mostrarán su desdén,
mi alma estará sola
esperando un abrazo.

Emmanuel

martes, 21 de septiembre de 2010

El zoo humano (extracto)

Introducción

Por: Desmond Morris


Cuando las presiones de la vida moderna se vuelven opresivas, el fatigado habitante de la ciudad suele hablar de su rebosante mundo como de una jungla de asfalto. Es ésta una forma colorista de describir el modo de vida en una comunidad urbana densamente poblada, pero es también sumamente inexacta, como puede confirmar cualquiera que haya estudiado una jungla verdadera.

En condiciones normales, en sus habitats naturales, los animales salvajes no se mutilan a sí mismos, no se masturban, atacan a su prole, desarrollan úlceras de estómago, se hacen fetichistas, padecen obesidad, forman parejas homosexuales, ni cometen asesinatos. Todas estas cosas ocurren, no hace falta decirlo, entre los habitantes de las ciudades. ¿Revela, pues, esto, una diferencia básica entre la especie humana y otros animales? A primera vista, así parece. Pero esto es engañoso. También otros animales observan estos tipos de comportamiento en determinadas circunstancias, a saber, cuando se hallan confinados en condiciones antinaturales de cautividad. El animal encerrado en la jaula de un parque zoológico manifiesta todas estas anormalidades que tan familiares nos son por nuestros compañeros humanos. Evidentemente, entonces, la ciudad no es una jungla de asfalto, es un zoo humano.

La comparación que debemos hacer no es entre el habitante de la ciudad y el animal salvaje, sino entre el habitante de la ciudad y el animal cautivo. El moderno animal humano no vive ya en las condiciones naturales de su especie. Atrapado, no por un cazador al servicio de un zoo, sino por su propia inteligencia, se ha instalado en una vasta y agitada casa de fieras, donde, a causa de la tensión, se halla en constante peligro de enloquecer.

A pesar de las presiones, las ventajas son importantes. El mundo del zoo, como un padre gigantesco, protege a sus inquilinos: se suministran comida, bebida, albergue y cuidados médicos e higiénicos; los problemas básicos de supervivencia se hallan reducidos al mínimo. Hay tiempo libre en abundancia. El modo en que se emplea este tiempo en un zoo no humano varía, naturalmente, de una especie a otra. Unos animales reposan tranquilamente y dormitan al sol; otros encuentran cada vez más difícil aceptar una prolongada inactividad. Si es usted inquilino de un zoo humano, pertenece inevitablemente a esta segunda categoría. Hallándose en posesión de un cerebro esencialmente exploratorio e inventivo, no podrá reposar durante mucho tiempo. Se verá impulsado con creciente intensidad al desarrollo de actividades cada vez más complicadas. Investigará, organizará y creará, y, al final, se habrá hundido a mayor profundidad todavía, en un mundo de parque zoológico aún más cautivo. A cada nueva complejidad, se encontrará alejado un paso más de su estado tribal natural, el estado en que sus antepasados existieron durante un millón de años.

La historia del hombre moderno es la historia de su lucha para hacer frente a las consecuencias de este difícil progreso. El cuadro se vuelve confuso e induce, a la vez, a la confusión; en parte, a causa de su misma complejidad y, en parte, porque nos hallamos implicados en él en un papel dual, siendo espectadores y participantes al mismo tiempo. Tal vez pueda aclararse la escena si la contemplamos desde el punto de vista del zoólogo, y esto es lo que intentaré en las páginas que siguen. En la mayoría de los casos, he seleccionado ejemplos que serán familiares a los lectores occidentales. Esto no quiere decir, sin embargo, que me proponga referir mis conclusiones sólo a las culturas accidentales. Por el contrario, todo indica que los principios subyacentes se aplican por igual a los habitantes de ciudades de todo el mundo.

Si parezco estar diciendo: "Retroceded, camináis hacia el desastre", permítame asegurarle que no es así. En nuestro incansable progreso social, hemos liberado gloriosamente nuestros poderosos impulsos exploradores e inventivos. Constituyen una parte básica de nuestra herencia biológica. No hay en ellos nada artificial ni antinatural. Ellos nos suministran nuestra gran fuerza, así como nuestra gran debilidad. Lo que trato de mostrar es el creciente precio que tenemos que pagar por satisfacerlos, y los ingeniosos expedientes que ideamos para hacer frente a ese precio, por exorbitante que resulte. Los riesgos van aumentando continuamente, y el juego se hace cada vez más peligroso, las bajas más sobrecogedoras, y el paso más acelerado. Pero, pese a los azares, es el juego más excitante que el mundo ha presenciado jamás. Es absurdo sugerir que alguien debería tocar un silbato y tratar de detenerlo. No obstante, hay formas diferentes de jugarlo, y, si podemos comprender mejor la verdadera naturaleza de los jugadores, debería ser posible hacer el juego más remunerador aún, sin que, al mismo tiempo, se tornara más peligroso y, por fin, desastroso para toda la especie.

Desmond Morris
El zoo humano
1970

lunes, 2 de agosto de 2010

Por siempre, Ale

Hoy nos dejó Alejandro Lafleur, humanista, profesor, músico, compositor, poeta y amigo.

Sólo tengo tristeza y palabras de agradecimientos para una persona que contribuyó enormemente con mi formación profesional y humana.

Quedarás en mi corazón.

Emmanuel

martes, 20 de julio de 2010

Eternos momentos

Fuiste para mí la alternativa
a un mundo de sinsabores.
Crecimos mucho,
juntos
Vivimos mucho,
juntos.

Tantas cosas compartidas
ríos, mares
montañas, playas
amores, pasiones.
Todo etcétera quedaría corto.

Infinitas dulzuras
incontables sábanas
algunas excepciones
e incansables charlas.

Inviernos, veranos
y muchas estaciones más,
hasta llegar a la última
casi sin darnos cuenta,
final del recorrido.

Emmanuel
15/05/2010

viernes, 16 de julio de 2010

Vestigios de un amor

Triste me levanto,
llorando.
Triste me acuesto,
llorando.

El dolor que trajo
tu ausencia permanente,
delirio de los dioses
que jugaron a ser mortales
y les quedó grande.

¿No queda nada por hacer?
Me pregunto.
No queda nada por hacer.
Me respondo.

Aunque haya podido ya
sacarte de mi dedo,
seguís en mi mente
y seguirás en mi corazón.

Emmanuel
13/05/2010

jueves, 1 de julio de 2010

Blop! 18 (como Palermo) - año tres

Volvió la Blop! Sí, después de nueve meses y medio... Y ni sé hasta cuando... Algunos tips desactualizados pero (como siempre) vigentes...

1 La Ciudad de Buenos Aires está cada vez peor… Ahora llueven dos gotas y se inunda todo! Lo más complicado es transitar cuando eso pasa, y pensar que antes se decía metafóricamente: tomate un remo…

2 Que tragedia! En una de las ya comunes inundaciones, uno de los nuevos polimacri resbaló, cayó a la calle y… murió electrocutado!!!

3 Hay una tarjeta de crédito que sacó una nueva modalidad que se puede transferir de persona a persona… Por favor! Yo sabía que esto iba a pasar! Sabía que en algún momento le ibas a preguntar a alguien… aceptás tarjeta?... Sí… Se la pasa por el medio de la raya del culo, y en 5 minutos tiene la guita depositada!!!

4 Volvió Tinelli a la tele y todo lo que muestra son escándalos. Apenas empieza se “enfrentan” Alfano y Pachano, con cachetada incluida de este último. Ahora bien, lo que no entiendo es por qué las explicaciones del caso sale a darlas… Verónica Castro!!!

5 Esta sí que es una buena estrategia para reducir costos, el país se llenó de edificios exhibiendo banderas celestes y blancas, todos los negocios lo mismo, los organismos oficiales, la facultad… Con la excusa del bicentenario!!! Eso sí, después lo dejaron un mes más y les sirvió para el mundial! Lo que se dice un 2x1 con todas las letras…

6 Otra vez la solución a todos los problemas… Llegó el mundial y se acabaron: la inseguridad, las peleas entre oposición y gobierno, la gripe A… Bueno, al menos para Telefé noticias, porque para América la inseguridad sigue (pasando informes donde la gente está en remera) y Crónica sigue mostrando la sangre de las víctimas de algún asesinato…

7 Realmente esto del mundial aburre en algún punto… Por lo menos yo, ya estoy cansado de ver a Shakira cantando… el negro no puede!!!

8 Ahora también se la agarraron con un pulpo que supuestamente predijo que gana Alemania… Por todos lados aparecen videos de mascotas optando entre una bandera y otra, a ver si el presagio es diferente… Por favor!!! Yo hace tres días que puse las dos banderas, una sobra cada pepino, pero todavía estamos esperando para ver cuál es el presentimiento de… mi tortuga!!! (¡¿?!)

9 El Gobierno de la Ciudad (Macri, señores) desalojó a los puesteros con pura represión y el de bigotitos dijo muy sonriente que lo va a seguir haciendo… Ya lo decía el negro Fontanarrosa, no hay sinónimos cuando el calificativo para una persona es simplemente… un hijo de puta!

Emmanuel

lunes, 14 de junio de 2010

A 82 años de su nacimiento

He aquí mi forma de recordarlo...

Emmanuel

Un buen campo para desarrollar su personalidad, hasta por contradicción, fue su propia familia. Tanto el tronco paterno, Guevara Lynch, como el materno, De la Serna, arrancaban de viejos linajes aristocráticos, aun anteriores a la independencia argentina. Pero tanto unos como otros habían perdido lo principal de sus patrimonios, y los padres del Che, en los hechos, debieron edificar su posición como familias corrientes de clase media, a partir de niveles bastante bajos. En esta situación particular, el origen aristocrático se convirtió en un verdadero obstáculo, porque los compromisos con el pasado impidieron más de una vez al padre realizar buenos negocios en el presente. La absoluta certeza de que un hidalgo no puede descender a ninguna inmoralidad, y lo corriente que son éstas en el comercio, aprisionaron al padre del Che en la alternativa de ganar dinero o seguir siendo un caballero, como sus antepasados. De más está decir que eligió lo segundo, y que el Che heredó íntegramente el espíritu generoso de su padre, llevándolo a un plano superior que sólo podía materializarse en la revolución social y la implantación de la justicia en el mundo entero. El hogar de los Guevara fue, además, socialmente abierto y democrático, intelectualmente activo y políticamente progresista, sin perder el marco de aristocracia añeja. Por su procedencia familiar, el Che pudo ser recibido por las grandes familias de la nobleza provinciana, en la ciudad de Córdoba, o en Buenos Aires, como un igual. Por la posición económica, sus compañeros de juegos fueron hijos de funcionarios del gobierno, o de profesores de colegio, o caddies de los campos de golf cercanos a su casa.

Una familia con estas características debía, sentirse conmovida con la guerra de España, que estalló cuando el Che tenía ocho años. La guerra española emocionó a la Argentina como un conflicto propio, y el país se dividió en “franquistas” y “leales”. Las calles de Buenos Aires y de las grandes ciudades de provincias fueron escenario de choques armados y manifestaciones populares, que un gobierno militar de extrema derecha más de una vez no pudo controlar. Un tío de Che, poeta refinado, sintió el sacudimiento de la guerra lejana y viajó a España, escribiendo a su regreso un libro, España bajo el comando del pueblo, que también marcó su adhesión al comunismo. La madre, como el padre, eran laicos, con ese estilo particularmente agresivo que caracteriza a quienes han sido educados en colegios religiosos –lo que, por lo menos en el caso de la madre, había tenido lugar bajo la tutela de monjas católicas muy estrictas–.

En este ambiente familiar, lo natural era la pasión por la justicia, el repudio al fascismo, el desdén religioso, la curiosidad por la literatura y el amor por la poesía, la prevención contra el dinero y los métodos para ganarlo. Y también la rebeldía personal, cuya gradual comprensión de los problemas sociales, lo llevaría a su rol principal de revolucionario. No quería que mataran lo mejor que había en él: de eso estaba seguro.

Ricardo Rojo
Mi amigo el Che
1985

sábado, 27 de marzo de 2010

Las vueltas de la historia

Por: Martín Caparrós

¿Cuándo podremos hacer para los vivos? ¿Cuándo, pensar la muerte antes que llegue, para que tarde más? ¿Cuándo, no ser sus fieles servidores? Un pueblo tranquilo, lejanamente suizo en la parte rica de la provincia más rica del país: Baradero y un problema de motos y muchachos y abusos de poder. Todos en el pueblo saben que esas cosas pasan, las comentan, las condenan incluso:

–Esos canas son unos animales. Si siguen así un día van a matar a alguien.

–Sí, ahí sí que se va a pudrir todo.

Pero esperan. Lo comentan, lo condenan, lo predicen: lo esperan. Entonces, una mañana, pasa: dos chicos que salen de un baile –ya todos lo sabemos– y que, no sabemos bien cómo, son embestidos por unos policías, muertos por unos policías. Y entonces sí, en un par de horas, el pueblo arde: literalmente arde. (De vez en cuando, aquí y en tantos otros sitios, se rompen las barreras: señoras y señores quemando su municipalidad en Baradero, señoras y señores saqueando negocios en Concepción; los desbordes muestran que la aceptación de las reglas es un estado siempre provisorio y que alcanza con una buena excusa, una excepción equis o igriega, para pasarles por encima. Y lo más curioso es que las autoridades comparten esa idea de la excepción que justifica –cagarse en– la regla: al principio el gobierno chileno no quiso mandar a reprimir los saqueos, el intendente de Baradero ordenó a la policía que no actuara.)

En síntesis: el pueblo ardió, porque sí hubo muertes, y las muertes justifican quemar todo. Es, antes que nada, una falta espantosa de imaginación: ¿por qué, cuando todos saben que algo puede pasar, es necesario que pase para causar o justificar la acción? Una falta espantosa de política: la política, supongamos, trata de exactamente eso: de prever lo que puede pasar y ofrecer soluciones antes de que pase.

Pero esa necesidad de muertos es, también, sobre todo, uno de los efectos más persistentes de la dictadura militar: el efecto Madres. “Los legados de la patota militar fueron muchos, variados. No sólo una estructura social que empezó a cambiar entonces y terminó de conformarse con el menemismo, no sólo una economía que renunció a cualquier sueño de producción sofisticada o autónoma, no sólo una banalización de los debates y el consumo cultural, sino también un raro cambio en las formas de la movilización.

–Che, mañana hay una marcha por Cabezas.

–Ah, claro, vamos. Y después se junta en Tribunales con el acto por la Amia

Es notable: el modelo derechos humanos de los años ‘80 organiza buena parte de las actividades políticas actuales –fuera de la politiquería de los partidos tradicionales. En estos años, la mayoría de las grandes movilizaciones en las calles argentinas han salido a preguntar quién mató a los muertos, según aquel modelo: María Soledad, la embajada, la Amia, Bulacio, Bru, Cabezas y los otros. Es curioso que ahora, en tiempos duros, la protesta social que más mueve sea esa: buscar responsabilidades por las muertes”, escribí hace muchos años, y el modelo persiste. Aunque, desde entonces, la derecha también se lo apropió: el ingeniero Blumberg avanzaba sobre el cuerpo de su hijo, la familia Rucci lo intentó, los jefes del Campo en los caminos temían y deseaban una muerte que los llevara en andas al triunfo. Por eso los K, astutos, se cuidaron –y se cuidan– de esa muerte como de la peste más bubónica. Porque las muertes justifican quemar todo: porque nos cuesta mucho hacer política sin muertos.

Es, decíamos, el efecto Madres: un efecto involuntario, que tiñó la política argentina de las últimas décadas. Con una diferencia básica: cuando las madres empezaron a pedir por sus hijos no pedían por muertos, pedían por desaparecidos. No sabían qué había pasado con ellos –querían saber– y suponían que sus hijos todavía estaban vivos, retenidos –en algunos casos era cierto– y que sus reclamos podían devolvérselos. Ahora, en cambio, los reclamos son denodadamente post mortem, y no es lo mismo: parece como si ningún gesto político –ninguna exigencia o petición– fuera del todo legítimo sin su cuota de sangre. Pero no es necesario que sea necesario. “Creo, cada vez más, que en un país donde los vivos están lo suficientemente jodidos podríamos empezar a darle más importancia a sus reclamos. Si no, si seguimos dejando que los pedidos por los muertos ocupen casi todo el panorama, los militares del 76 se siguen burlando de nosotros: no encontramos la manera de dejar de funcionar según el modelo que ellos, con su violencia, nos obligaron a aceptar. Seguimos manteniendo los mismos reflejos defensivos de cuando ellos nos corrieron a tiros y torturas. Seguimos siendo, una y otra vez, sus víctimas”, pensaba entonces.

Y pienso de nuevo ahora, ante la plaza. Este 24, el rito anual se repite: otra vez salimos a la calle el día en que los militares decidieron salir, otra vez la maniobra es defensiva. Pero, en estos últimos años, el sentido de estas marchas fue cambiando –porque la historia ha vuelto.

Uno de los grandes logros del menemismo –que tuvo tantos, tan dañinos– fue acabar con la historia. Durante décadas, la historia había sido un agente político importante en la Argentina: en los sesenta, por ejemplo, un partido podía trazar la línea San Martín-Rosas- Perón y tenía algún sentido; otro podía hablar de Mitre y de Sarmiento como sus antecesores inmediatos, y tenía otro. Menem rompió con todo eso –la historia dejó de tener un signo político claro– y lo celebró tan apropiadamente con una línea de billetes de banco –los primeros convertibles– donde Sarmiento valía 50 y Rosas 20; donde los enemigos que habían sido irreconciliables se conciliaban en el uno a uno, tranquilos, porque ya ninguno significaba gran cosa en aquella promesa de presente continuo.

Desde el 2001, con el fin de la fiesta, la historia fue volviendo poco a poco al debate político. Y el período que lo capturó ya no fue el siglo XIX sino el final del XX: la dictadura militar. Este gobierno fue decisivo para eso: hizo de su repudio a esa dictadura y su dudosa continuidad con los militantes muertos su gran plataforma progre. Con lo cual la dictadura empezó a ser el centro de una conversación que ya no se limitaba a proclamar qué malos eran los malos, militares caca culo pis. Se empezó a discutir, surgieron bandos; contra la difusión de la versión militante pasada por K aparecieron versiones antimilitantes que no se habían atrevido a manifestarse: historiadores de la derecha como Reato u O’Donnell propusieron versiones diferentes de la versión derechos humanos oficial. Y en medio del debate, por fin, empezó a desarmarse la noción consagrada de que la dictadura fue un paréntesis en nuestra vida democrática, abierto en 1976 y cerrado en 1983. En esa lectura moral, despolitizada de la dictadura, “la Memoria” se presentaba como un rasgo común que nos unía: frente a la maldad de esos militares tan malos, estar en contra de ellos y a favor de “la Memoria” se hacía obligatorio. Por eso ayer jueves Clarín se quejaba de que, en la plaza de Mayo, el 24, “la fisura entre ultraoficialistas y opositores empañó un acto que debió ser de unidad nacional”.

Pero, últimamente, más sectores se acercaron a la idea de que el efecto más grave de esos crímenes no fueron los crímenes en sí mismos –con ser tan graves– sino la Argentina actual: que somos la sociedad que esos militares empezaron a armar. O sea: empezaron a leer como continuidad lo que siempre se había leído como corte, y a buscar a sus beneficiarios: se dividían ciertas aguas. El gobierno K adoptó, cuando le convino, esa idea de la continuidad. Cuando rompió con Clarín, por ejemplo, los reproches por sus actitudes en la dictadura y por el origen de los hijos de la viuda de Noble fueron su arma principal, incontestable. (Mientras, la pelea K-medios sigue ardiendo. La Avenida de Mayo, el miércoles, estaba empapelada de tapas pro-golpe de Clarín y La Nación en 1976; el jueves La Nación, que pasó la dictadura con calma y beneficio, les reprochó a los Kirchner –que también– que se quisieran apropiar de los derechos humanos. Y Bonafini, el miércoles, “orgullosa de tener en el gobierno una mujer estoica”, declamó que hay que “ver solamente Canal 7, radio Nacional y AM650”; Página/12 llora en los rincones.)

Son chicanas. El discurso de la continuidad aparece más serio cuando Estela de Carlotto da, en la Plaza de Mayo, una lista de los que estaban y siguen estando, de los que aprovecharon y aprovechan: “…los Macri, los Herrera de Noble, los Bunge & Born, los Perez Companc, los Rocca, Fortabat, Blaquier y su Ingenio Ledesma, la Sociedad Rural Argentina, Mercedes-Benz, Ford, Techint, Acindar y tantos más”. Pero, si se rompe la idea del paréntesis, se hace preciso debatir en qué consiste la continuidad de aquel proceso, dónde está, dónde no: ¿en Clarín y La Nación, Macri y Techint, o también en un gobierno que paga la deuda externa y mantiene una desigualdad extrema? Esa es ahora la discusión dentro de la izquierda y el “progresismo”: cómo se traduce en la política actual esa condena de la dictadura y la defensa de los derechos humanos, esa manifestación por “la Memoria”. Qué significa ir a la plaza el 24 de marzo.

Por eso hubo dos plazas enfrentadas, sintetizando ese debate básico. Porque, de pronto, la dictadura ya no es un hecho indiscutible, fúnebre, religioso; ya entró en la historia, y la historia ha vuelto a ser una herramienta política: un espacio donde el presente está en cuestión.


Publicado por Martín Caparrós
En crítica de la argentina
25/03/2010

viernes, 19 de febrero de 2010

La carne es débil

Por: Martín Caparrós

Nos tocaron la carne –y es casi como si se hubieran metido con la vieja: con la merca no te metás, murmuran en el barrio. Somos carne, carne de nuestra carne, carne propia, carne podrida, viva, fresca, carne de cañón o de gallina, carne sobre carne. Nos gusta suponernos tangueros, futboleros, amigueros y algunos "eros" más pero, en verdad, si algo nos distingue de otros pueblos es nuestro carácter carnicero. Somos el país más carnívoro del mundo –es el único campeonato que ganamos fácil. Somos lo que comemos, dice el lugar común; somos, entonces, vaca, pero no lo llamamos vaca sino carne por antonomasia –y al resto lo que es: pollo, chancho, cordero. Somos carne: las estadísticas corrientes dicen que cada uno de nosotros consume más de 70 kilos de vaca por año; una de las más precisas, la del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, dice que en 2008 fueron 67,5. En cualquier caso, vamos primeros lejos: en la tabla nos siguen los hermanos uruguayos con 51, los tíos norteamericanos con 39, los primos brasileños con 37, los australianos con 35 y, de ahí en más, muy pocos superan los 20 kilos por año y por persona. Lo dicho: ganamos por afano.

Las estadísticas no necesitan al señor Moreno para ser inexactas; para empezar, porque contar es muy difícil en cualquier lugar, y mucho más difícil en una sociedad que se basa en la mentira y el secreto como forma de escapar del Estado y sus impuestos. Para seguir, porque sus cifras suelen usarse para confundir la realidad. Umberto Eco decía que la estadística es la ciencia que sostiene que si un señor se come dos pollos y el de al lado ninguno, cada uno se ha comido un pollo. Aquí pasa, sin duda, algo de eso: las cifras dicen que, además de la vaca, nos comemos 34 kilos de pollo por año y por persona –quintos en la tabla global– y 6 de chancho –mal que les pese a ellas– y, o sea que cada uno de nosotros se comería casi 110 kilos de carnes anuales. Para lo cual cada cual tendría que zamparse 300 gramos de carnes cada día. Y como está claro que hay vegetarianos, bebés, enfermos, viejos y, sobre todo, pobres que no tienen forma de comer 300 gramos diarios, los que sí comemos deberíamos englutir muchos más: hay algo en esos números que no termina de cerrar. Pero sirven como medida convencional: la que indica que somos, antes que nada, una horda de carnívoros como no existe otra. Y que, por eso, cuando nos tocan la carne, saltamos como leche hervida.

La carne de vaca ya cuesta, como sabemos, casi un 50 por ciento más que en Navidad, y nada indica que no vaya a seguir en esa cuesta. Por lo cual aparecen las respuestas: nos indignamos –es lógico que nos indignemos–, compramos menos carne –es lógico que compremos menos carne–, aparecen incluso llamados a una “huelga de consumidores de carne”: los ex ciudadanos, convertidos en consumidores, reclamamos como podemos. Es un reparto de tareas: la clase media amenaza con dejar de comprar para que le cobren menos la comida, la clase baja interrumpe el tránsito para que le den con qué comprar comida. En cualquier caso, la comida se convierte en centro del debate –y eso siempre es peligroso para un gobierno. Y más si hay carne de por medio: pocas cosas pueden perjudicarlo más ante la famosa opinión pública –(a) la gente– que la sensación de que “ya no se puede ni comer un bife”.

El aumento de la carne, nos explican, tiene causas puntuales: la sequía de los dos últimos años disminuyó los rebaños y llevó a matar “vientres” –vacas paribles– cuya falta empezamos a notar ahora, cuando hay menos terneros para el sacrificio. Y que también influyen las cotizaciones internacionales, los permisos o no para exportar, los precios de los piensos y demás insumos y, pode- rosa, la codicia de los intermediarios –esa cima inútil del capitalismo de mercado.

Pero la causa principal es general y sostenida: somos, cada vez más, un país carnicero que se queda sin carne. Es uno de los efectos más brutales de nuestra deriva sojera –y uno de los que menos se debaten. Durante todo el siglo XX, el reparto de las tierras agropecuarias argentinas era más o menos claro: las más fértiles se usaban para agricultura, el resto para ganadería. Con la mejora de las técnicas agrarias, cada vez más tierra ganadera se volvió cultivable. Y, frente al rendimiento de la soja, la vaca, en horas bajas, no pudo competir viva ni muerta: ni su leche ni su carne alcanzan rendimientos comparables. Por lo cual el océano sojero se extendió, el rebaño patrio se achicó en más de un 20 por ciento en los últimos treinta años y, además, se fue transformando velozmente. Muchos de los que criaban vacas en el campo empezaron a encerrrarlas y a alimentarlas con granos, piensos, vitaminas: el feedlot, que requiere mucho menos espacio y produjo, ya el año pasado, la mitad de nuestra carne. Que, así, va perdiendo la característica que la hizo diferente de las demás, buscada y cotizada: que, en vida, retoza por el prado y come pasto. Es un clásico ejemplo de esputo ascencional en su momento descendente.

A la vaca todavía no le llegó la tecnología, no hay cómo apurarla. En el tambo una vaca, si es muy buena, te puede dar veinte litros de leche por día, pero eso dura seis o siete meses; después hay que dejarla que se preñe y eso no hay forma de cambiarlo. Pero cuando están en feedlot es todo un proceso, porque los chanchos se comen la mierda de las vacas, las gallinas se comen la mierda de los chanchos y nosotros, que somos más limpitos, nos comemos la gallina y la vaca y el chancho. Se salva, por supuesto, la carne de lujo, la que va para las marcas elegantes y sobre todo la de la cuota Hilton, la que se exporta. Ésa sigue siendo rentable, sigue teniendo lugar y sigue recibiendo sus cuidados.

Me dijo, hace tiempo, un tambero o ex tambero de Río Cuarto. Y que si esto sigue así la carne verdaderamente argentina sólo se va a conseguir fuera de la Argentina. Pero eso es casi una paquetería; el problema central es que cada vez hay menos carne para que todos –los argentinos que todavía pueden– la compren y la coman. Que la base de nuestra identidad va a ser para menos todavía: que el proceso de exclusión va a terminar de hacerse carne en el asado.

Fue, decíamos, un desarrollo largo, y es un caso testigo para pensar para qué sirve, en nuestras sociedades, un gobierno –o incluso un Estado. Porque lo que pasó fue, desde un punto de vista mercantil, perfectamente lógico: si un productor ganaba más arrendando su campo a un pool sojero que criando ganado, por qué no lo iba a hacer: es el capitalismo desregulado en todo su esplendor –y la evidencia de lo obvio: si el funcionamiento económico queda librado al mercado, cada quien buscará lo mejor para su provecho individual. Que, como bien sabe Perogrullo, no suele ser lo mejor para el provecho colectivo, general. El papel de los que dirigen el Estado consiste, en teoría, en evitar que eso suceda: en pensar, proponer y consensuar lo que sería mejor para el bien común y tratar de llevar adelante esas ideas. Digo: que, si cada “hombre de campo” dice que con la soja gana más y que en su campo va a plantar lo que quiera aunque no haya nunca más una vaca en la Argentina, existan planes alternativos para convencerlo y compensarlo, de modo que ese interés común se imponga sin lesionar demasiado su interés individual –y que ese hombre entienda que su interés individual depende estrechamente del de todos.

O por lo menos eso dice la doctrina demócrata más clásica y eso es lo que el Estado argentino nunca hace, y menos en el caso de la transformación sojera –que sucedió, casualmente, durante la década con menos Estado de la historia patria. Y que no se revirtió en los últimos años porque el gobierno de este Estado levemente reconstituido se regodeaba recaudando con la soja una cantidad de dinero que la vaca no habría producido en lo inmediato: pan para hoy, hambre para años. Y porque este gobierno arrastra –y a veces incrementa– la tara habitual de nuestro Estado: un ejecutivo sospechado por todos los flancos –como la mayoría de sus predecesores– que no tiene plafón para proponer e imponer ciertos modelos. ¿En nombre de qué idea del bien común, qué proyecto, qué legitimidad?

No lo hicieron, y la carne sube. Nadie lo previó –o no se interesó en desactivarlo– y así estamos. Un Estado con proyecto y verdadera capacidad de intervención no es un lujo o un capricho ideológico: es lo único que consigue que un país con economía de mercado no se caiga a pedazos. Alguna vez, supongo, vamos a tener algo de eso. Mientras tanto, la carne se nos escapa y ese rasgo rojizo, sanguinolento, casi único de nuestra identidad se va con ella. Nada es gratis, y estos procesos menos. Argentinos –decía Ortega–, a los bifes.

Publicado por Martín Caparrós
En crítica de la argentina
19/02/2010

miércoles, 10 de febrero de 2010

Herida

Subestimaron mi fuerza
poder que no imaginaban,
creyeron que les pertenecía
creyeron…

Son ustedes quienes habitan en mí
humanidad no muy agradecida
yo soy universo,
si pacha lo significó alguna vez
no duden de eso.

Mi fuerza cae ahora
comienza a sentirse
terremoto, alud, sismo.

No es venganza
no
es simplemente inevitable.

Emmanuel

domingo, 31 de enero de 2010

Y

Y las montañas que ahora veo, vuelven a ser edificios.

Y el río, pavimento.

Y las veredas ya no son de pasto.

Y el cielo no muestra todas sus estrellas.

Y mi puerta, ya no tiene cierres.

Emmanuel

domingo, 24 de enero de 2010

Una nueva década

Hace unos días ya, comenzó un nuevo año y una nueva década. No para todos, pero sí para la mayoría, si tenemos en cuenta los medios de comunicación, lamentables formadores de la opinión pública. Quizás esta mención llegue a destiempo a mi blog, yo prefiero llamarlo atemporalmente.

El siguiente es un texto de Eduardo Galeano, refiriéndose al comienzo del milenio. Diez años después no todo a cambiado mucho, o, al menos, los deseos de que cambie siguen siendo los mismos. Espero les guste, es necesario a veces dejar de lado la vorágine del día a día y darle su lugar al delirio, lo único que, en ciertas ocasiones, da un poco de esperanza.

Emmanuel

El derecho al delirio

Por: Eduardo Galeano

Ya está naciendo el nuevo milenio. No da para tomarse el asunto demasiado en serio: al fin y al cabo, el año 2001 de los cristianos es el año 1379 de los musulmanes, el 5114 de los mayas y el 5762 de los judíos. El nuevo milenio nace un primero de enero por obra y gracia de un capricho de los senadores del imperio romano, que un buen día decidieron romper la tradición que mandaba celebrar el año nuevo en el comienzo de la primavera. Y la cuenta de los años de la era cristiana proviene de otro capricho: un buen día, el papa de Roma decidió poner fecha al nacimiento de Jesús, aunque nadie sabe cuando nació.

El tiempo se burla de los límites que le inventamos para creernos el cuento de que él nos obedece; pero el mundo entero celebra y teme esta frontera.

Una invitación al vuelo. Milenio va, milenio viene, la ocasión es propicia para que los oradores de inflamada verba peroren sobre el destino de la humanidad, y para que los voceros de la ira de Dios anuncien el fin del mundo y la reventazón general, mientras el tiempo continúa, calladito la boca, su caminata a lo largo de la eternidad y del misterio. La verdad sea dicha, no hay quien resista: en una fecha así, por arbitraria que sea, cualquiera siente la tentación de preguntarse cómo será el tiempo que será. Y vaya uno a saber cómo será. Tenemos una única certeza: en el siglo veintiuno, si todavía estamos aquí, todos nosotros seremos gente del siglo pasado y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio.

Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar. ¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si deliramos, por un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible:

el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones;

en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros;

la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor;

el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas;

la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar;

se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega;

en ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo;

los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas;

los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas;

los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos;

los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas;

la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo;

la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero;

nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene;

el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra;

la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos;

nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión;

los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle;

los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos;

la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla;

la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla;

la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda;

una mujer, negra, será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América; una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú;

en Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria;

la Santa Madre Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo;

la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: «Amarás a la naturaleza, de la que formas parte»;

serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma;

los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de tanto buscar;

seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo;

la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.

Eduardo Galeano
Patas arriba. La escuela del mundo al revés
El derecho al delirio
1998