Comparto a continuación un texto muy interesante acerca de cómo vemos la realidad que es, en definitiva, la percepción que cada uno tiene de la misma. Es lo que vamos construyendo a partir de nuestras experiencias, vivencias y conocimientos adquiridos, por lo tanto, cada individuo posee su propia realidad que no es la misma exactamente que la de otro individuo, por más que se asemejen. Es a partir de esta reflexión las siguientes palabras.
Emmanuel
Por Robert A. Wilson, del prólogo para la edición en inglés de 1987 de
su libro "El secreto final de los Iluminados" ("Cosmic trigger:
final secret of the Illuminati"). Edición original en inglés en 1977, en
español en 1983.
Mi opinión es que el hecho de creer
en algo comienza a marcar la muerte de la inteligencia. Tan pronto como uno
cree en una doctrina de cualquier tipo, o asume certezas, deja de pensar acerca
de ese aspecto de la existencia. Cuantas más cosas uno asume como ciertas,
menos queda en qué pensar, y una persona que está segura de todo nunca tendría
la necesidad de pensar en nada y podría ser considerada clínicamente muerta
bajo los estándares médicos comunes, donde el cese de la actividad cerebral es asumido
como indicador de la ausencia de vida.
Mi actitud es idéntica a la de
muchos físicos de hoy en día, y se la conoce en la Física como "la
interpretación Copenhagen", porque fue formulada en la ciudad de
Copenhagen (Dinamarca) por el Dr. Niels Bohr (premio Nobel) y sus
colaboradores. Esta interpretación es comúnmente llamada "agnosticismo con
respecto al modelo" y sostiene que todas las reglas que usamos para
organizar nuestra experiencia del mundo es un modelo de ese mundo y no debería
ser confundido con el mundo en sí mismo. El semántico Alfred Korzybski trató de
popularizar esto con el eslogan "el mapa no es el territorio". Alan
Watts, un talentoso investigador de la filosofía oriental, lo retrató diciendo
"el menú no es la comida".
Las creencias en el sentido
tradicional, o las certezas, o dogmas, "mi propio modelo del mundo"
(o regla, o mapa, o túnel de realidad) "contienen al universo en su
totalidad y nunca necesitarán ser revisados". En términos de la historia
de la ciencia y el conocimiento en general, esto me parece absurdo y arrogante,
y estoy absolutamente asombrado de cómo muchísima gente se las arregla para
vivir con esa actitud medieval.
"Realidad" es una
palabra que resulta ser a) un sustantivo, y b) singular. Por lo tanto nuestro
pensamiento nos programa subliminalmente para concebir a la
"realidad" como una entidad compacta, como si fuera un bloque; al
estilo de un rascacielos, donde cada parte es solamente una
"habitación" más en el mismo edificio. Esta programación lingüística
es tan penetrante que la mayoría de la gente no es capaz de pensar
absolutamente nada por fuera de ella, y cuando uno trata de ofrecer una
perspectiva diferente ellos creen que uno está hablando incoherencias.
Muchos filósofos sabían, al menos
desde el año 500 antes de Cristo, que el mundo que perciben nuestros sentidos
no es "el mundo real" sino una construcción creada por nosotros
mismos. Nuestra obra de arte privada. La ciencia moderna comenzó con la
demostración de Galileo de que el color no está "en" los objetos sino
en la interacción de nuestros sentidos con los objetos. Sin importarnos todo
este conocimiento filosófico y científico de relatividad neurológica (que ha
sido demostrado claramente en incontable cantidad de ocasiones), aún seguimos
pensando, debido al lenguaje, que detrás de ese universo creado por nuestra
percepción reside una sólida y monolítica "realidad" tan dura y bien
moldeada como una barra de acero.
La física cuántica ha hecho
perder el equilibrio a esta "realidad" tan dura como el acero
mostrando que tiene más sentido científicamente hablar sólo de las
interacciones que experimentamos (algo así como nuestros experimentos en un
laboratorio); y la psicología perceptiva hizo lo mismo al demostrar que el sólo
hecho de asumir la existencia de esta "realidad" nos conduce irremediablemente
a tremendas contradicciones cuando tratamos de explicarla.
Hay una gran dosis de utopía
lírica en este libro. No me disculpo ni me arrepiento acerca de ello. Los diez
años pasados desde su primera edición no alteraron mi compromiso básico con la
regla que sostiene que una mente optimista encuentra docenas de posibles
soluciones para cada problema que un pesimista declara imposible de solucionar.
Como cada uno de nosotros crea su
propio túnel de realidad habitual, sea consciente e inteligentemente o inconsciente
y mecánicamente, yo prefiero crear cada hora el más feliz, divertido y
romántico que pueda construir en consistencia con las señales que mi cerebro
recibe del exterior. Siento pena por las personas que en forma persistente
organizan estas experiencias y percepciones como una "realidad"
triste, temible y desesperanzadora, y trato de mostrarles cómo romper el mal
hábito pero sin verme obligado a compartir sus miserias.
Como comentario final, les digo
que no todas las cartas que he recibido acerca de este libro han sido
inteligentes y reflexivas. Me han llegado montones que son todo lo contrario,
todas ellas de dos grandes grupos de dogmáticos: los cristianos
fundamentalistas y los materialistas fundamentalistas. Los primeros me dijeron
que yo era un esclavo de Satán y que debería someterme a un exorcismo para
expulsar los demonios que habitan en mí. Los segundos me calificaron como
mentiroso, charlatán, fraude y embaucador. Fuera de estas pequeñas diferencias,
ambos grupos comparten el mismo fervor y la misma falta total de humor,
caridad, sentido común y decencia.
Estos cultos intolerables me han
servido para reafirmarme en mi agnosticismo presentándome evidencia más allá de
toda duda para sostener mi discusión acerca de que, cuando los dogmas se
instalan en el cerebro, cesa toda actividad intelectual.
Robert A. Wilson
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